Al momento de escribir estas líneas, los mexicanos aún se encuentran digiriendo el triunfo -aplastante- de Claudia Sheinbaum en las elecciones presidenciales del 2 de junio. Sobran las columnas periodísticas y reportes de coyuntura que intentan explicar el fenómeno cultural, político y social que llevó a la candidata a convertirse en la primer mujer presidenta de nuestra historia, con un mandato en las urnas verdaderamente apabullante. Los retos a los que Claudia se enfrentará son, al igual que su triunfo, enormes; y requerirán de una mezcla de ingenio político y pragmatismo nunca vistos.
Hacia el interior, el avance del crimen organizado -y, sobre todo, desorganizado, ese que golpea a los mexicanos de a pie- es sumamente preocupante. Para contener dicho avance, y sentar las bases de una seguridad pública medianamente funcional, la nueva presidenta requerirá de las tres cosas que adoleció el gobierno saliente: decisión política, estrategia y recursos. No bastará con seguir el modelo de los últimos 6 años -o quizás de los últimos 18- que ha probado, una y otra vez, no servir para absolutamente nada. La seguridad es una condición que reúne aspectos objetivos (tangibles) y subjetivos (perceptivos). Lo primero requiere acciones contundentes claras y precisas; lo segundo, un profundo trabajo comunicativo que explique a los ciudadanos el tamaño del reto a enfrentar, los requerimientos presupuestales y materiales y, por encima de todo, el tiempo que llevará conseguir los objetivos (no menos de dos décadas).
Si se quiere revertir la tendencia en los índices de violencia, se tendrá que avanzar en una profunda reforma policial nacional, poniendo a las policías locales en el centro de los esfuerzos (principalmente en la profesionalización y estandarización de las policías estatales, y quizás replantear la desaparición de las policías municipales). La probabilidad de que la Guardia Nacional se incorpore de lleno a la SEDENA es alta, con lo que se buscaría consolidar un cuerpo de policía intermedia con enfoque en operaciones de estabilización y control territorial (con énfasis en carreteras y zonas rurales y peri-urbanas). Pero ello dejaría de lado la urgente necesidad de un cuerpo policial nacional de carácter 100% civil, enfocado principalmente en zonas urbanas, que actúe con tecnología e inteligencia criminal en apoyo a los organismos policiales estatales -y las fiscalías, que merecen también una amplia reforma. Desconozco si el equipo de la actual Presidenta Electa tiene algo así en mente, pero ese es el modelo de seguridad pública e interior que recojo de expertos en el tema.
En materia de seguridad internacional, los retos son igualmente enormes. Por un lado, la persistencia de fenómenos criminales evolutivos no da lugar a la improvisación. La consolidación de las redes del crimen organizado transnacional demanda de México una mucho mayor participación en esquemas de cooperación global. Por el otro, la confrontación geoestratégica entre Estados Unidos y China nos ha llevado a una nueva Guerra Fría. Mientras Pekín busca un nuevo arreglo mundial acorde con su peso económico y militar, Washington parece despertar del letargo estratégico en el que ha vivido sumido desde el Dividendo de la Paz de los 90s.
A fines de mayo y principios de junio, con motivo del Diálogo Shangri-La en Singapur (patrocinado por el International Institute for Strategic Studies), los ministros de defensa de Estados Unidos y de China ofrecieron una visión totalmente divergente sobre la seguridad internacional. Mientras el secretario de defensa Austin señaló -de forma indirecta, claro- a China como un actor desestabilizador de la región, lo que justifica la formación de alianzas entre naciones “democráticas y libres del Indo Pacífico”, su contraparte china (un almirante, por cierto) advirtió que, de continuar las “provocaciones de actores externos a asuntos eminentemente asiáticos”, la opción militar no estaba fuera de la mesa.
Al ascenso económico chino, relativamente sutil desde las reformas de Deng Xiaoping a fines de la década de 1970, le sobrevino un crecimiento en su poder militar francamente impresionante durante los últimos 20 años. Baste leer los reportes del Pentágono al congreso americano para asegurar que, si las capacidades militares chinas de hoy nos llaman la atención, el escenario a 15 años es preocupante. Los realistas saben muy bien que no es lo mismo contener a la Unión Soviética dentro de su espacio geográfico vital, que contener a una China cuya economía es ya la segunda del mundo (la primera, en términos de paridad de poder de compra) y que posee acuerdos comerciales con más países que su rival americano.
¿Cuál será la política de México con respecto a China? ¿Habrá forma de navegar entre la confrontación entre Pekín y Washington en los próximos años, anteponiendo nuestro interés nacional? ¿Cómo aprovechará México la relocalización de cadenas de valor, que depende en gran medida de inversiones chinas, bajo la mirada desconfiada Estados Unidos?
La renegociación próxima del T-MEC ofrecerá las primeras respuestas, por lo que México necesita llegar con una estrategia bien definida -y consensuada con los diversos actores político-económicos nacionales, o de otra forma nos mostraremos profundamente vulnerables.
Me parece que el mandato de Claudia abre la oportunidad para replantear la forma en que México se enfrentará a los retos en seguridad -interna y externa- en las próximas décadas. Quizás es tiempo de replantear una profunda reforma a todo nuestro andamiaje de Seguridad Nacional, dejando de lado el cálculo político cortoplacista y planteando soluciones, políticas y estrategias para el México del futuro.
No tengo claro si el equipo de Claudia -y ella misma- entienden tanto la dimensión del reto como la enorme oportunidad que se les presenta, pero hago votos porque así sea.
Por el bien de México, y de los mexicanos del mañana.
Foto: 1zoom.me/es/