Christian J Ehrlich
En junio de 2024, los mexicanos acudirán a las urnas para renovar, entre otros cargos, el de Presidente o Presidenta de la República.
Muchos son los retos que enfrentará la titular de la nueva administración, sea Claudia Sheinbaum o Xóchitl Gálvez, quienes al día de hoy se presentan como las contendientes más serias y con mayores probabilidades de ocupar la más alta responsabilidad del Estado Mexicano. De ganar una o la otra, algo es seguro: la relación con las Fuerzas Armadas será uno de los aspectos más estratégicos a partir de asumir el cargo, en octubre de ese año. Nunca una mujer ha ocupado esa posición, y mucho menos en medio de un momento histórico tan trascendental para nuestra nación.
Es cierto que, como dicen los historiadores, toda generación se siente parte de un “proceso histórico”, pero soy de los que cree que México vive un proceso de transformación verdaderamente relevante, quizás equiparable a los años posteriores a la guerra civil de 1910, esa que se nos enseñó a llamar “revolución”.
En este proceso de profundo cambio, chocan dos visiones de país completamente divergentes y excluyentes: por un lado, están quienes consideran que el Estado debe tener un rol preponderante en la economía del país e incluso en el dictado de la moral personal. Para este grupo, la historia reciente de México comprueba que, en aras del interés nacional, algunas instituciones resultan intrascendentes y, quizás, un obstáculo para el avance hacia el futuro. La idea del enemigo es “externa”: el extranjero, el conservador o el imperialista. En los hechos, todo aquel que no comulgue con la narrativa oficial, es un adversario a vencer. Este grupo afianza su narrativa en la idea de que, tras años de aplicación de un modelo de desarrollo fallido, es momento de instaurar un nuevo concepto de país.
En las antípodas de esta visión, se encuentran quienes creen que el país aún no consolida su avance democrático institucional, por lo que es menester cuidar de esas instituciones ante su eventual destrucción. El enemigo se percibe como interno, es decir, como parte del propio andamiaje político-económico arraigado en el Estado desde décadas atrás. Para este grupo, México no podrá afianzarse como una democracia liberal desarrollada a menos que logre sobreponerse al estatismo moralista, ese que se niega a morir.
Y estos dos grupos se enfrentarán, cada uno con sus símbolos y narrativas, de cara al proceso electoral del 2024.
Desgraciadamente, en México son pocas las instituciones que pueden sobreponerse al golpeteo político e ideológico de la elite en turno. Dentro de aquellas instituciones que han sido resilientes, o quizás anti-frágiles dentro de la lógica de Nassim Taleb, son las Fuerzas Armadas. Puede decirse que, con mayor o menor éxito, la Fuerza Aérea, Ejército y Marina han podido mantener un cierto grado de operatividad institucional basada en una mística de servicio a la patria, alejadas del escarnio y, hay que decirlo, del escrutinio públicos.
Pero ese arreglo cívico-militar comenzó a agrietarse en años recientes. Es difícil y poco serio poner una data al inicio de este proceso, pues mientras algunos consideran que ello empezó en 2019, otros creen que la semilla de la disrupción inició años antes, incluso tras el cambio de partido político en el poder en el año 2000.
En todo caso, lo verdaderamente estratégico no es lo sucedido hasta ahora, que sin duda es importante, sino lo que puede sobrevenir tras la elección de 2024 y el choque entre las dos visiones antagónicas de las que he hablado con anterioridad.
De ganar las elecciones el grupo político actual, percibo que las Fuerzas Armadas se seguirán desdibujando entre innumerables misiones alejadas de su verdadero “ethos” militar. Las capacidades convencionales de defensa, ya de por sí mermadas al mínimo, seguirán fuera de las prioridades, concentrando recursos humanos y materiales en labores de seguridad pública. Tendremos pues, en unos años, Fuerzas Armadas con presupuestos históricos -ya los tienen- pero donde el grueso de dichos recursos no se enfocará en modernizar ni su doctrina ni sus capacidades de defensa.
Si, por el contrario, resulta ganador el otro grupo político, podría abrirse nuevamente la posibilidad de plantear una política de defensa donde las Fuerzas Armadas reinviertan en capacidades convencionales modernas, participen activamente en misiones internacionales y, en pocas palabras, se consoliden como un instrumento de política exterior que contribuya a la seguridad internacional.
Pero en este grupo también persiste un serio problema: no son muchos los especialistas que entienden del papel de las Fuerzas Armadas y, hay que decirlo, abundan los prejuicios producto de mitos y malentendidos. Si este grupo llegase al poder en 2024, tendrá la difícil tarea de evaluar de forma objetiva y estratégica -esto es, a 30 años- el rol de las tres Fuerzas de cara al siglo XXI….o pueden caer en la inercia de dejar las cosas como están, al no entender la complejidad de nuestra estructura de defensa, doctrina histórica y cultura militar mexicana.
Por el bien de México, a nadie conviene que las Fuerzas Armadas se conviertan en un espacio de lucha entre grupos políticos.
Gane quien gane en 2024, y lo digo en serio, será mejor que recuerde que las Fuerzas Armadas son instituciones permanentes del Estado Mexicano, más allá de filias y fobias políticas.
Eso aplica tanto para Claudia como para Xóchitl.
Gobiernos irán y vendrán, pero las Fuerzas Armadas seguirán. Nos conviene a los mexicanos cuidarlas.
Foto destacada: Mural de David Alfaro Siqueiros